La edad me vuelve melancólica. Termina el año, y echando la vista atrás contemplo cosas que se han perdido, roto o desvanecido en el tiempo y lo lamento, o más bien, me lamento. Quizá no tanto porque no estén como por la sensación de pérdida. Y se me ocurre que mi vida es como un árbol de hoja caduca, cuyas ramas se van quedando un poco más desnudas cada invierno. Y aunque la primavera renueva sus brotes, el árbol envejece irremediablemente, y en cada uno de sus anillos permanece inalterable aunque invisible, la huella del año que contiene. No se si eso tiene sentido para alguien más.