No se que tienen los viajes por carretera, que ponen mi mente a pensar. Ayer, mientras regresaba de pasar la tarde con un amigo de la
infancia, al que veo de higos a brevas, porque vive a mil quinientos
kilómetros de distancia, pensaba en lo significativos que son cierta clase de amigos en nuestras vidas. Lo surrealista fue que al llegar a casa descubrí que ese debía
ser el pensamiento del día, porque mi amiga Sara acababa de escribir en su blog
una entrada sobre el mismo tema… aquí os dejo el enlace.
La fuerza de mis alas
Cierta clase de amigos, decía yo… que me disperso, como
siempre… me refiero a esos amigos que duran toda la vida, que se convierten en
la familia que uno escoge tener, que no funcionan a golpe de interés, ni
necesariamente por afinidad de personalidad, o por gustos similares. Que están
cuando los necesitas, y cuando no. Amigos completamente bidireccionales, que
dan con la misma alegría y generosidad con la que están dispuestos a recibir…
tiempo, cariño, energía, pensamientos, sentimientos… lo que sea… son una
prolongación de uno mismo, su mejor mitad, la conciencia que nos despierta
cuando nos desviamos, quien nos dice la verdad cuando no queremos oírla,
o cuando no podemos creerla. Alguien me dijo
una vez (concretamente ayer… jajajaj… si, fue un día que cundió mucho…) que los
amigos son aquellos que “saben cantar la canción de tu corazón cuando tu no
recuerdas la letra”